Coincidentemente con aquel encuentro
del primer tipo con el correligionario radical, había retomado una
psicoterapia, diciéndole que “vengo para ver si soy homosexual”. Resulta que
unas semanas antes mis entrañables amigos de la secundaria estando en la casa
de uno de ellos, se sentaron en una mesa redonda y empezaron a hablarme del
blanco, del negro y del gris y eso que ya hacía unos años teníamos televisor a
color, no sabían como encarar el tema, me empezaron a hablar que había
definirse entre el blanco o el negro que no se podía vivir en gris, y que yo
vivía en gris, realmente no entendía inicialmente a que se referían, con el
tiempo entendí que la paleta de colores es increíble y maravillosamente inmensa
y diversa. Unos atrevidos divinos mis amigos, a los que de alguna manera les
debo agradecer el haberme dado el impulso para que yo me permitiera pensar en
esto de la homosexualidad que de tan reprimido que estaba jamás fue algo que yo
me preguntara. No se cual, si la heterosexualidad o la homosexualidad era
blanca o negra, pero ahí estaban tres pibes mis mejores amigos de ese momento, diciéndome
que fuera lo que fuera, blanco o negro, puto o hetero, ellos seguirían estando
para mí, channnn. Durante toda mi vida escolar recibí algunas que otras
cargadas al respecto de mi sexualidad, nunca me destaque por ser un chongo
camionero en mi presencia ante el mundo más bien siempre se me cayeron un par
de plumas y con el tiempo ya a propósito dejo que se me caigan muchas más, ya
son parte de mí. Además, soy gallina a mucha honra, no tanto porque sea un
apasionado del futbol, sino por identidad familiar. Más allá de mi masculina
delicadeza y de las cargadas, nada se me pasaba por la cabeza respecto a mi
homosexualidad, evidentemente algunos tenemos un gran poder para censurar y
dejar bien amordazado en lo inconsciente aquello no permitido. Siempre me pareció
increíble mi ceguera, lo fuerte y rígido que debe haber sido mi super yo, casi
no conozco otro puto, y conozco unos cuantos, que le haya pasado lo mismo,
todos tienen algún recuerdo, algún indicio en su infancia temprana, el primo
que les atraía, el profesor que no podían dejar de mirar, las pajas que se hacían
mirando un revista porno pero calentándose no con la mina sino con el chabón,
en fin todos tienen algo, que a lo sumo ocultaban y reprimían pero conscientemente,
y sabían que algo distinto les pasaba, yo no estaba enterado. Pero en esa
charla con mis amigos algo se destapo, y fue como si se destapara una olla a
presión, a pesar que en ese momento a ellos les dije que estaban relocos, yo no
dejaba de pensar, ¿y cómo sé si me gustan o no los hombres?, ni bien salí a la
calle de la casa de mí amigo, que imagínense vivía en Av. Santa Fe y Bilingurts
y yo en Av. Santa Fe y Paraná, si vivía en el epicentro de la movida gay,
evidentemente estaba todo destinado, camine presuroso por la avenida, sin poder
dejar de mirar, pero por primera vez mirar de otra forma a todos los hombres
que cruzaba, intentaba saber si me atraían o no, no podría definir si la excitación
que sentía se debía a que efectivamente me atraía alguno de los hombres con los
que me cruzaba o el simple hecho de caminar sin bastón blanco y empezar a ver
el mundo como no lo había visto antes jamás. Esa charla con mis amigos, en
términos de lo aceptable, sin lugar a dudas había abierto una hendija por donde
lo censurado por años en mi vida comenzaba a revolucionarse y abrirse paso
hacia la conciencia, con irreverencia y mucho apremio, sin querer casi tomar
tiempo para meditar. Eran tiempos en Argentina del reciente regreso a la Democracia,
del denominado Destape, los años 80, el tiempo dorado de mí adolescencia. Y
mientras caminaba por la avenida Santa Fe, pensaba que tenía que volver a
llamar a una psicóloga con la que había tenido un par de entrevistas, al llegar
le consulte a mamá si le parecía bien que llamara a la terapeuta, y en seguida
me dio su autorización, no debe haber imaginado el motivo.
Había quedado pendiente la
respuesta de mamá de aquel sábado que, en el almuerzo familiar, con mis tiernos
y revolucionarios 16 años había anunciado que me gustaban los hombres. Mamá, de
quien esperaba la respuesta más amorosa, olvídalo, fue la más terrible, ahí uno
se daba cuenta quien era la más milica de los dos o por lo menos la de
estructuras más rígidas, aunque siempre la excusa era que a papá no le iba a
gustar. Lo primero que dijo fue: "a esta casa no vas a traer a nadie que
conozcas de esa condición (eso significaba novios afuera) “y esto no es algo
que se tenga que divulgar por todos lados” (las apariencias algo muy valorado
especialmente por ella, bueno parece que en la Salta aristocrática su tierra
natal le fue difícil, pues a pesar de tener su padre una posición económica
respetable e ir a respetados colegios, no dejaba de ser hija de una familia
migrante Sirio-Libanesa) finalmente sentencio, “todavía no sabes si esto es así,
debe ser algo de la edad o algún problema hormonal” y así fue que en las
siguientes semanas estuve de paseo por médicos endocrinólogos y clínicos, del
hospital aeronáutico en Pompeya, me tomaron muestras de sangre, me desnude
varias veces para que me revisaran y me tocaran, no era la primera vez que un médico
me examinaba y me presionaba determinadas partes del cuerpo, pero esta vez
tenía una sensación violenta, denigrante, humillante, cada mano que palpaba mi
cuerpo adolescente lo hacía con todo el peso del discurso amo de los últimos
dos mil años, era como si la triada judeo-cristiana-musulmana, que dominaba el
mundo me sometieran a la horrorosa inquisición. Esas mismas manos que salvan
vidas, que curan, que sanan, eran las que ahora me asfixiaban, intentaban
ahogar cualquier expresión de mi ser, eran las manos que intentaban mantenerme
hundido bajo el agua de la redención evitando que tome aire, extinguiendo
cualquier deseo vital. Yo no era más que un adolescente, que andaba
descubriendo el amor, que empezaba a encontrar lo que encendía su cuerpo, lo
que ponía en punto ebullición todas sus hormonas, ese era mi gran pecado. No eran
suficiente los años de propia censura, ahora había que enfermarme, tenía una
enfermedad me gustaban los hombres. Mi mamá, los médicos y creo que hasta yo
sabíamos, éramos conscientes, que lo que estábamos haciendo, nada tenía que ver
con la ciencia, con la salud o la enfermedad, sino con la condena social, la
que mato a tantos, la que torturo a muchos más, la que suicido a muchísimos
adolescentes. La conclusión para todos es que no había nada raro en mi cuerpo
ni en mis hormonas, este era un tema psicológico, inclusive uno amablemente me
explicaba que debía repensar mis decisiones que sino tendría una vida muy
sufrida, que yo podía hacer el esfuerzo y juro que entendía su punto, porque en
ese momento yo era un pibe de 16 años, que había naturalizado que la homosexualidad
era una desviación, que estaba mal, pero me estaban pidiendo que yo no fuera
yo, porque iba a tener una vida triste y sufrida, ¿y cómo se tiene una vida
alegre y feliz si no sos quien sos?
Siempre me quedo con la mitad llena
del vaso, en todo caso, además de las apariencias, y rigidez a su manera la
vieja seguramente también sentiría que por ahí me podía rescatar y rescatarse,
porque ella me amó puto, mucho tuvimos que transitar para aprender todos.
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