domingo, 18 de septiembre de 2016

Mi Matrimonio con La Vida - Me Amó Puto

Coincidentemente con aquel encuentro del primer tipo con el correligionario radical, había retomado una psicoterapia, diciéndole que “vengo para ver si soy homosexual”. Resulta que unas semanas antes mis entrañables amigos de la secundaria estando en la casa de uno de ellos, se sentaron en una mesa redonda y empezaron a hablarme del blanco, del negro y del gris y eso que ya hacía unos años teníamos televisor a color, no sabían como encarar el tema, me empezaron a hablar que había definirse entre el blanco o el negro que no se podía vivir en gris, y que yo vivía en gris, realmente no entendía inicialmente a que se referían, con el tiempo entendí que la paleta de colores es increíble y maravillosamente inmensa y diversa. Unos atrevidos divinos mis amigos, a los que de alguna manera les debo agradecer el haberme dado el impulso para que yo me permitiera pensar en esto de la homosexualidad que de tan reprimido que estaba jamás fue algo que yo me preguntara. No se cual, si la heterosexualidad o la homosexualidad era blanca o negra, pero ahí estaban tres pibes mis mejores amigos de ese momento, diciéndome que fuera lo que fuera, blanco o negro, puto o hetero, ellos seguirían estando para mí, channnn. Durante toda mi vida escolar recibí algunas que otras cargadas al respecto de mi sexualidad, nunca me destaque por ser un chongo camionero en mi presencia ante el mundo más bien siempre se me cayeron un par de plumas y con el tiempo ya a propósito dejo que se me caigan muchas más, ya son parte de mí. Además, soy gallina a mucha honra, no tanto porque sea un apasionado del futbol, sino por identidad familiar. Más allá de mi masculina delicadeza y de las cargadas, nada se me pasaba por la cabeza respecto a mi homosexualidad, evidentemente algunos tenemos un gran poder para censurar y dejar bien amordazado en lo inconsciente aquello no permitido. Siempre me pareció increíble mi ceguera, lo fuerte y rígido que debe haber sido mi super yo, casi no conozco otro puto, y conozco unos cuantos, que le haya pasado lo mismo, todos tienen algún recuerdo, algún indicio en su infancia temprana, el primo que les atraía, el profesor que no podían dejar de mirar, las pajas que se hacían mirando un revista porno pero calentándose no con la mina sino con el chabón, en fin todos tienen algo, que a lo sumo ocultaban y reprimían pero conscientemente, y sabían que algo distinto les pasaba, yo no estaba enterado. Pero en esa charla con mis amigos algo se destapo, y fue como si se destapara una olla a presión, a pesar que en ese momento a ellos les dije que estaban relocos, yo no dejaba de pensar, ¿y cómo sé si me gustan o no los hombres?, ni bien salí a la calle de la casa de mí amigo, que imagínense vivía en Av. Santa Fe y Bilingurts y yo en Av. Santa Fe y Paraná, si vivía en el epicentro de la movida gay, evidentemente estaba todo destinado, camine presuroso por la avenida, sin poder dejar de mirar, pero por primera vez mirar de otra forma a todos los hombres que cruzaba, intentaba saber si me atraían o no, no podría definir si la excitación que sentía se debía a que efectivamente me atraía alguno de los hombres con los que me cruzaba o el simple hecho de caminar sin bastón blanco y empezar a ver el mundo como no lo había visto antes jamás. Esa charla con mis amigos, en términos de lo aceptable, sin lugar a dudas había abierto una hendija por donde lo censurado por años en mi vida comenzaba a revolucionarse y abrirse paso hacia la conciencia, con irreverencia y mucho apremio, sin querer casi tomar tiempo para meditar. Eran tiempos en Argentina del reciente regreso a la Democracia, del denominado Destape, los años 80, el tiempo dorado de mí adolescencia. Y mientras caminaba por la avenida Santa Fe, pensaba que tenía que volver a llamar a una psicóloga con la que había tenido un par de entrevistas, al llegar le consulte a mamá si le parecía bien que llamara a la terapeuta, y en seguida me dio su autorización, no debe haber imaginado el motivo.

Había quedado pendiente la respuesta de mamá de aquel sábado que, en el almuerzo familiar, con mis tiernos y revolucionarios 16 años había anunciado que me gustaban los hombres. Mamá, de quien esperaba la respuesta más amorosa, olvídalo, fue la más terrible, ahí uno se daba cuenta quien era la más milica de los dos o por lo menos la de estructuras más rígidas, aunque siempre la excusa era que a papá no le iba a gustar. Lo primero que dijo fue: "a esta casa no vas a traer a nadie que conozcas de esa condición (eso significaba novios afuera) “y esto no es algo que se tenga que divulgar por todos lados” (las apariencias algo muy valorado especialmente por ella, bueno parece que en la Salta aristocrática su tierra natal le fue difícil, pues a pesar de tener su padre una posición económica respetable e ir a respetados colegios, no dejaba de ser hija de una familia migrante Sirio-Libanesa) finalmente sentencio, “todavía no sabes si esto es así, debe ser algo de la edad o algún problema hormonal” y así fue que en las siguientes semanas estuve de paseo por médicos endocrinólogos y clínicos, del hospital aeronáutico en Pompeya, me tomaron muestras de sangre, me desnude varias veces para que me revisaran y me tocaran, no era la primera vez que un médico me examinaba y me presionaba determinadas partes del cuerpo, pero esta vez tenía una sensación violenta, denigrante, humillante, cada mano que palpaba mi cuerpo adolescente lo hacía con todo el peso del discurso amo de los últimos dos mil años, era como si la triada judeo-cristiana-musulmana, que dominaba el mundo me sometieran a la horrorosa inquisición. Esas mismas manos que salvan vidas, que curan, que sanan, eran las que ahora me asfixiaban, intentaban ahogar cualquier expresión de mi ser, eran las manos que intentaban mantenerme hundido bajo el agua de la redención evitando que tome aire, extinguiendo cualquier deseo vital. Yo no era más que un adolescente, que andaba descubriendo el amor, que empezaba a encontrar lo que encendía su cuerpo, lo que ponía en punto ebullición todas sus hormonas, ese era mi gran pecado. No eran suficiente los años de propia censura, ahora había que enfermarme, tenía una enfermedad me gustaban los hombres. Mi mamá, los médicos y creo que hasta yo sabíamos, éramos conscientes, que lo que estábamos haciendo, nada tenía que ver con la ciencia, con la salud o la enfermedad, sino con la condena social, la que mato a tantos, la que torturo a muchos más, la que suicido a muchísimos adolescentes. La conclusión para todos es que no había nada raro en mi cuerpo ni en mis hormonas, este era un tema psicológico, inclusive uno amablemente me explicaba que debía repensar mis decisiones que sino tendría una vida muy sufrida, que yo podía hacer el esfuerzo y juro que entendía su punto, porque en ese momento yo era un pibe de 16 años, que había naturalizado que la homosexualidad era una desviación, que estaba mal, pero me estaban pidiendo que yo no fuera yo, porque iba a tener una vida triste y sufrida, ¿y cómo se tiene una vida alegre y feliz si no sos quien sos?

Siempre me quedo con la mitad llena del vaso, en todo caso, además de las apariencias, y rigidez a su manera la vieja seguramente también sentiría que por ahí me podía rescatar y rescatarse, porque ella me amó puto, mucho tuvimos que transitar para aprender todos.




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